miércoles, 10 de abril de 2013

Las aventuras de Colibrí



Colibrí con sus ojitos cerrados soñando con su Diario de los Sentimientos. Va dejando nubes tras sus pasos. Sueña, Colibrí, sueña, para contármelo todo cuando estés despierta.



La pequeña Colibría, antes de nacer, en su nube.



Un día, la nube donde había crecido Colibrí se le quedó pequeña. Entonces se abrió, y tras llover unas cuantas gotas de plata, salió Colibrí.



Aún no le habían crecido las alas, y caminaba dando saltitos. A cada paso que daba, dejaba un rastro de nube en su camino. Lo primero que descubrió Colibrí fue el olor de las flores. Eso le hizo sentir bien.



Como era tan pequeña, Colibrí recordaba perfectamente para lo que había venido. Le quedaba tanto por aprender que no quiso perder un momento. Empezó así su camino de exploración por el mundo de los sentimientos. Y el primero con el que se encontró fue con la ALEGRÍA. "¡Estoy viva!".




El segundo sentimiento que reconoció Colibrí -y que estaba allí ya antes incluso de que ella llegase al interior de la nube- fue el AMOR. Se dio cuenta porque se encontró con "algo" más pequeño que ella. Y Colibrí se sintió inmensa y fuerte como siete océanos.



Gracias a lo grande y fuerte que se sentía Colibrí con su AMOR, pudo atender y cuidar a su pequeño amigo, que estaba malherido. Muy pronto, el pájaro estuvo curado y podía valerse por sí mismo otra vez.



El pequeño pájaro dio las gracias a Colibrí por haberle ayudado. Se despidieron y el pájaro se marchó volando. Entonces, Colibrí descubrió un nuevo sentimiento: la tristeza. Y también se dio cuenta de otra cosa... ¿cómo podía ser que pudiese sentir a la vez dos sentimientos tan diferentes? Estaba contenta porque su amigo era libre de nuevo, y a la vez se sentía triste porque a lo mejor ya no lo volvía a ver. Pues así era. Tan misterioso y apasionante era el mundo de los sentimientos.



Cuando Colibrí se cansó de llorar, sintió de nuevo un calorcito. Era el calor del Amor que allí estaba de nuevo en forma de recuerdo de su pequeño amigo. Entonces, Colibrí entendió que el corazón era como una habitación mágica que cuanto más se llenaba de amor, más amor cabía.



Ahora Colibrí ya había conocido la Alegría, el Amor, la Tristeza, de nuevo el Amor, la Alegría... Se preguntaba cuántos sentimientos le quedaban aún por descubrir cuando de pronto... ¡Estalló una Tormenta!



Y Colibrí sintió MIEDO!! El viento gemía entre los árboles. Colibrí escuchó que decían su nombre: Colibrííí, Colibrííí... Ojos brillantes acechaban por todas partes y Colibrí pensó en ¡Monstruos y Ogros temibles! Pobre Colibrí, estaba aterrada. Corrió de un lado a otro, sorteando las zarpas de los monstruos que querían atraparla. Finalmente halló una pequeña cueva y allí se metió para guarecerse.



Cuando amainó la Tormenta, Colibrí salió de su cueva. Entonces vio que los árboles estaban bellos y sonrientes después del chapuzón. Que los ojos brillantes que tanto le habían asustado pertenecían a una familia de zorros. Y que las zarpas no eran más que ramas de arbustos plagadas de frutos. "Qué extraño es el miedo -pensó- Qué fácil resulta confundirse y hacerlo grande si no lo miras con detenimiento".



Después de la tormenta siempre llega la calma. Y eso fue lo que sintió Colibrí: una inmensa calma. Se quedó allí quieta, atenta al tintineo de las últimas gotas de lluvia, al olor de la tierra mojada y alos latidos de su corazón. "Realmente no se necesita nada para estar en paz", pensó.




Pero como nada dura eternament en este mundo de las emociones siempre cambiantes, Colibrí empezó a sentir una extraña inquietud como si miles de mariposas revolotearan en su estómago. Colibrí aún no lo sabía pero esto se debía a una sencilla razón: se estaba haciendo mayor. "¿Por qué estaré tan inquieta?", se preguntaba. La respuesta le llegó al tiempo...




¡Me han salido alas!




"¡Puedo volar!" Colibrí estaba tan emocionada con su nuevo estado que, muy pronto, quiso probar todas las cosas nuevas que podía hacer...




Y también muy pronto, se llevó su primer batacazo. "¡Ay, madre, qué golpe!".




Le dolió tanto haber fallado que se lió a patadas con la montaña. Luego se dio cuenta que así no se le pasaba el enfado; más bien lo único que había conseguido era un tremendo dolor de pie. "Creo que probaré de otra forma".




 Así que lo intentó de nuevo una vez más...




Y otra... y otra... hasta que al fin...




 ¡Lo conseguí!




Ahora Colibrí ya podía volar. ¡Se sintió LIBRE!





A mi abuela María Rosa que, de pequeña, me llamaba Colibrí; 
y a mi abuela María Antonia, que era otro Colibrí.









viernes, 5 de abril de 2013

Cubo celeste o universo paralelo

 

Tiene cuencos de agua repartidos por toda la casa, pero su preferido es el cubo celeste del baño. Siempre va allí a beber, al cubo donde se recicla el agua que cae de la ducha mientras se regula la temperatura.

No sé qué tendrá ese cubo. Antes de beber, se queda clavada ante la superficie del agua y mira fijamente a lo más profundo. Supongo que se pueden ver muchas cosas reflejadas en las profundidades de un cubo celeste. O que se abre un portal a otros mundos. Al menos, eso es lo que parece cuando coincide con su amigo el Caballito de Mar, el que vive en la alfombrilla del baño y que siempre está riendo.

¡La de historias que se cuentan! Una vez les oí sin querer. Cruzaba yo por el pasillo cuando escuché al Hipocampo hablando sobre una carrera en el fondo del mar en la que disfrutó como un equino enano galopando entre las olas. Selva le escuchó con atención, luego le habló ella sobre lo que se ve a través de la ventana del baño. Y es que el caballo de agua, por mucho que se alce sobre su cola, solo alcanza a vislumbrar un trocito de cielo azul. Azul celeste, como el cubo que les une.

Selva le cuenta sobre el jazmín que ha empezado a brotar en la fachada de la esquina, de la copa del ciprés de la casa de enfrente donde el mirlo hace su parada de rigor, de cómo cambiar el color del mar cada día, de si le acaricia la lluvia o si se refleja poco o mucho el sol sobre su superficie. Allí los dejé a lo suyo, y me retiré sin hacer ruido, como un testigo involuntario y silencioso que se ve intimidado ante la intimidad de otros.