Hay personas a las que la realidad que les
rodea le es favorable y no necesitan recurrir a la imaginación para sobrevivir. Otras, cuya realidad es triste y que sin
apelar a la imaginación, van sucumbiendo a su propio entorno y muriendo poco
a poco.
Y hay gentes capaces de cambiar la realidad a
su antojo. Se tumban boca arriba sobre el agua, bajo un cielo gris encapotado,
y ven cruzar bandadas de ibis sagrados, aves del paraíso, guacamayos de plumajes
iridiscentes, nectarinas malaquitas de cresta roja, cacatúas blancas resplandecientes,
quetzales que dejan la estela de su paso ondeando las plumas de su cola.
Y el cielo sigue encapotado, pero sus miradas
brillan como faros en la tormenta.
Son estas mismas personas las que viven los
sueños en la realidad, o las que transforman su realidad en un sueño. Las que
tras una profunda confusión, despiertan dentro del sueño para saberse despiertos,
y volver a despertar dentro de ese mismo sueño; y ya no confundirse más, porque
entre vigilia y sueño, asienten con Segismundo, y con su padre Calderón, que
toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
La realidad limitadora no es más que un velo
sutil de una araña traicionera, pícara de inmortal belleza, que se ríe con
descaro por vernos enmarañados en su prodigioso tapiz. Cierto es que los
contrarios abundan en esta vida, que la alegría y el llanto pujan por la misma
salida. No es más cierto uno que otro, tanto monta, monta tanto… y si lo ves
con los ojos claros de un alba nueva, el enredo que lamentas, la miseria que se
adhiere como liana a la planta de tus pies, todo queda reducido a una fiesta
singular, un jolgorio, un aplazar, un salirse de esa danza macabra que es la
existencia cuando se mira desde un único ángulo.
El que imagina, sobrevive. La imaginación no
es una fórmula de supervivencia basada en el escapismo o la huida. Es una
fórmula inteligente de supervivencia, que bien planteada y dirigida, consigue reponernos
de la adversidad y transformarla en una circunstancia favorable.
Neuropéptidos, los emisarios del alma, los
comunicadores entre la mente y el cuerpo, los hacedores de nuevas realidades.