viernes, 9 de febrero de 2018

Cuaderno de imperfecciones. Imperfección 4

Qué imperfecto el tiempo medido cuando lo empleamos de forma desmedida.

Vivimos tan limitados por el concepto tiempo que nos cuesta experimentarnos fuera de él. Nos hemos acostumbrado a medir cada segundo de nuestra vida. Le hemos atribuido al tiempo una cualidad de machete de la existencia. Y cuando nos vemos inmersos en una experiencia atemporal, nos sentimos raros al romperse el hechizo y salir de ella. Nos queda cierta sensación de angustia, como de haber perdido el tiempo por haber estado más allá de él.

Aprisionamos el tiempo en un aparato minúsculo al que le hemos otorgado un poder inconmensurable. Y ahí está, con su tic-tac, devorándolo todo cual hombrecillo gris salido de las páginas de Momo. Con su cadencia restrictiva, con su latido de segundos. Y uno más, y ahí va otro, y pesa. Se hace denso como la más densa de las materias.



El contrasentido del tiempo, lo que más apreciamos de la vida y lo que más sentido le quita al sentir que nos falta.

Olvidamos que el no tiempo también existe. Lo relegamos a un lugar que visitamos en menos ocasiones de las que nos vendría bien.

Trascender el tiempo, romper el yugo, liberarse de su esclavitud. Instalarse en un presente continuo más a menudo, con una conciencia plena y alerta. En ese “ahora” que es el único tiempo que está fuera del tiempo. Sin referencias de pasado ni de futuro, sin un principio ni un fin.