jueves, 30 de abril de 2020

Abrazar como un árbol




Abrazar como un árbol,
arropando nidos,
sosteniendo polluelos
antes de lanzarse
en su primer vuelo.

Abrazar a un árbol
para abrazar como él
cada vez
que a sus ramas te acercas

Abrazar como un árbol,
que te mantiene fuerte cuando
en su tronco la espalda reposas,
y vela por ti si te duermes,
y te abriga con su sombra
mientras sus hojas trepidan
las nanas de la tierra.


martes, 28 de abril de 2020

De dónde vienen los cuentos (o disertación onírica en prosa poética)


Hubo un tiempo en que me preguntaba de dónde vienen los cuentos. Y lugares hay muchos; tanto los que vemos como los que no pueden verse. Pero os contaré, hermanos, un reciente descubrimiento perteneciente a este tipo de planteamiento.

No recuerdo si soñaba o si fue que desperté cuando me encontré tumbada frente a ella. Primero la besé, siempre me enseñaron que era bueno saludar a las damas. Luego la acaricié y, entre susurros, ella me revolvió el pelo. En un pliegue de mi cuello, se posó en silencio. Fue entonces cuando escuché las más bellas y acertadas canciones jamás nunca escritas. Los más bellos y recónditos cuentos jamás nunca contados.

Ahora os presentaré a esa Dama Blanca tan bien soñada. Todos podréis admirarla, pero jamás poseerla, pues es ella quien posee. Igual que es ella la que suelta, la que acaricia o desgarra, la que baila, la que mata y también la que sana.

Coge tu mano, hermano, y dime si no la ves. Coge tu mano y contémplala. O mejor coge otra mano, la que te pille más a mano y dime cuán diferente o igual pueden llegar a ser. Llévatela a tus oídos… schsss, ¿no oyes ese sonido? ¿El rugir de la marea, miles de alas al viento o el crujir de una flor cuando se abre? ¿No escuchas las más hermosas melodías, las voces de los amantes, las más despiadadas guerras, los hechizos y las magias que las manos siempre amasan?



Échale una mano a tu hermano y coméntale, si te atreves, que todo está en su mano. Y tú, recuerda cuando las veas que en ellas está escrita la mejor de las leyendas, que en sus líneas se dibujan las historias que hoy te hacen, los corazones que desgarraste y también a los que amaste. Recuerda cuando las mires que una vez acariciaste con esas manos sutiles la piel de quien hoy olvidaste.

Vuélvelas a mirar y entonces decide, ¿cuál es el nuevo cuento que tus dedos despiertos esperan para contarte? Será fácil abrir las manos, extenderlas si hay camino. Y si no, álzalas al viento, seguro que entre sus yemas se enredan, sin tú saberlo, algún que otro lejano sueño.



martes, 14 de abril de 2020

Confinamiento 2. Amada Tierra


En esta entrada me gustaría centrarme en un solo aspecto de la realidad que estamos viviendo. Porque lo cierto es que hay una parte en mí que se siente poderosamente atraída por la otra cara de la moneda, la que se está beneficiando de este estado de alarma; me refiero al medioambiente y al planeta. Con este parón que nos ha sido dado a la humanidad al completo surgen emociones nuevas ante una situación del todo novedosa. Y me sorprendo, en mitad de esta catástrofe, sintiendo empatía por nuestro planeta azul y cierto sosiego ante la tregua que se le está concediendo para regenerarse. Me gusta escuchar el silencio, la voz de los pájaros al abrir la ventana, saber que el entorno está parado, que el exterior está quieto y en paz. 

Hay una parte en mí que se siente feliz en el confinamiento. Lo leo y sé que suena fuerte, pero es la verdad. Me siento feliz de no tener agenda ni compromisos, de no tener que estar pendiente del reloj, ni tener que tomar decisiones constantemente para rellenar la semana. Feliz de consumir solo lo indispensable, de rebajar el impacto que toda compra produce y de hacerme consciente de mi sobregasto anterior. Pero sobre todo, me siento feliz al imaginar el exterior sin humanos. Sí, también sé que puede sonar fuerte, como si considerara a mi propia raza como mi enemigo. Pero es que en parte es así. No es un enemigo personal con nombres y apellidos, sino anónimo y global. Un enemigo que somos todos en realidad. Me hace feliz imaginar el alivio de los animales en estado salvaje sin la presencia del hombre, el alivio de los ríos y los senderos sin la presencia del hombre, el alivio de los bosques, de las montañas, de los lagos y los océanos. El alivio de las ciudades y de algunos pueblos. El alivio de la atmósfera.

Como si al fin se reconociera la inocencia de un reo y se le pusiera en libertad. Es la sensación que tengo con el planeta, mi casa, y por favor, sin teléfono (estoy a dieta de móvil para optimizar el consumo de mi tiempo). Como si por unos días la Tierra pudiera volver a ser libre, libre de la explotación, el sometimiento y la tortura a la que la tenemos sometida. Sabemos que hay sectores que continúan produciendo y trabajando para que sigamos subsistiendo, el agrícola y el ganadero entre otros; no es una detención total. Pero a mí al menos me está sirviendo para hacerme todavía más consciente de los cambios que estos sectores necesitan para lograr una vida más digna; ya hablemos del personal humano que los trabaja, de los sistemas de explotación de la tierra o de los animales que nos sirven de alimento. Son sectores que piden un cambio radical donde alcanzar mayores niveles de humanidad.

Desde mi ventana, miro al cielo y trato de seguir el vuelo de esa bandada de cormoranes que acaban de cruzar en forma de punta de flecha en dirección al este. Sobrevolar la tierra y sus paisajes libre de contaminación y ruido. Y me parece una maravilla, como habitar un paraíso. Y es entonces cuando vuelvo a no entender por qué no somos capaces de cuidar de este paraíso y mantenerlo lo más fiel posible a su estado original. Por qué no somos capaces de vivir en la tierra sin agredirla, de integrarnos en ella en vez de invadirla. No lo entiendo. Porque estoy cansada de la respuesta de siempre, que si el poder, el capitalismo, la avaricia y la ambición. Sí, ya sé que es por eso, pero ya no me resultan válidas esas respuestas, me suenan arcaicas, obsoletas para casi un cuarto de siglo XXI.

Y es por esto que estos días siento descanso. Descanso por el planeta, porque por unos días se ha liberado de su verdugo llamado humanidad. Todo esto puede parecer falto de solidaridad con mi propia especie; pero es lo que siento. ¿Será que amo más al planeta que al hombre que la habita? Puede ser. Hay una parte en mí que ve al planeta como una víctima inocente, y al hombre, como el tirano que la oprime. Y todos entramos en esa tiranía, en mayor o menor medida, de forma más o menos consciente; porque es el sistema que hemos creado y formamos parte de él. De ahí la necesidad de cambiarlo. Empezar por uno para que se opere el cambio, aportar el granito de arena y seguir confiando. Es interesante observarse a partir de lo que estamos viviendo, y ver lo que cada uno puede cambiar para hacer que esto mejore. Pero ya sabemos que la unión hace la fuerza. Y la colectividad la mueven las leyes, los programas, las iniciativas privadas, la de los ciudadanos y los gobiernos. Ya sabemos que si queremos salvar al planeta, detener su enfermedad, la que le hemos creado con nuestras malas artes y actividades, hay que operar a la inversa; de forma colectiva y global, y actuando de forma inteligente y con amor. Darle medicina rica, velar por ella.

En definitiva, proteger al planeta es proteger a la humanidad. Aquí se resuelve la dicotomía que yo misma me había creado al oponer planeta tierra-especie humana.  Trascender la dualidad es siempre una teoría difícil de aplicar. Si la salvamos, nos salvamos. Si nos salvamos, la salvamos. La interdependencia que todo lo une. We are the world, we are the planet podría decir otra canción. Porque ya lo estamos viendo. La Tierra puede vivir sin nosotros. Somos nosotros los que no podemos vivir sin la Tierra.

¿Y si al final resulta que la humanidad tiene un problema de autoestima? No se quiere, no se cuida, se autodestruye, se extermina. ¿O será simple estupidez? El hombre, que siempre se ha creído superior en la escala evolutiva, el más inteligente y acaba destruido por su propia estupidez. No sé si reír o llorar. En cualquier caso, sería un triste final teniendo a mano la otra opción, la de salvarse. No somos tan inteligentes como creemos. Y si lo somos, no lo estamos demostrando. Porque, ¿de qué sirve ser inteligente si no utilizamos la inteligencia a nuestro favor? Claro, que sabemos que la inteligencia también se pone al servicio de la destrucción, nos sobran capítulos en la historia pasada y actual que dan buena cuenta de ello. Pero para mí eso no es inteligencia, es su opuesto, ignorancia en estado puro. Dejando aparte ironías, yo sigo creyendo, no ya en la inteligencia del hombre, sino en su bondad y en la inteligencia de la vida misma, que es la que nos empuja a querer seguir viviendo y ser felices. Tenemos todo lo necesario para hacerlo bien, empecemos a hacerlo de una vez.

El coronavirus de la Tierra se llama deshumanidad. Y para salvar al planeta hay que encontrar una vacuna, la que nos vuelva más humanos. Con todo lo bueno que tiene el serlo, que es mucho. Y que ahora más que nunca lo estamos comprobando, en forma de aplausos, con todo lo que representan, cada tarde en los balcones. Ojalá se pudiera condensar el sentir de los aplausos, los esfuerzos y el valor de las personas a las que se les rinden, y extraer el antídoto, y sacar la vacuna para actuar con inteligencia de la verdadera y tratar con amor a la Tierra, y a todos los seres que la habitan. Ojalá ocurriera, y fuera el momento ¿Os imagináis que fuera, y que todo cambiara para más bello y mejor?

martes, 7 de abril de 2020

Confinamiento 1. ¿Utopía o un futuro posible?


Cuando se declaró el estado de alarma, entendí que si se había declarado una situación así era porque la cosa revestía gravedad y lo requería. A medida que transcurrían los días y asimilaba la noticia, me iba haciendo consciente de la cantidad de hogares donde se estaban librando batallas, y no precisamente de solidaridad. Lo sentí muchísimo y sigo sintiendo por todos aquellos que están padeciendo esta crisis sanitaria en cualquiera de sus formas, ya sea por la pérdida de un ser querido, por falta de salud, por escasez de recursos, por soledad o por tener que convivir con personas que no se aman entre sí. Confío en que los que estén atravesando cualquier situación dolorosa encuentren pronto una salida por la que volver a nacer. También me afectó profundamente desde las primeras noticias las dificultades a las que se enfrentaban los hospitales y centros sanitarios, así como la doble crisis que está azotando a nuestros mayores y a todo el personal que los atiende en los centros geriátricos.

Y mientras todo esto sucedía y yo seguía con atención las noticias nacionales, la pandemia continuaba avanzando hasta copar el resto del mundo. El estado de alarma se amplió en nuestro país, el desastre económico eclosionó, Europa entró en crisis y a día de hoy, seguimos confinados. Por suerte, mientras medio mundo se desmoronaba, llegaron los aplausos, la valentía de tanta gente en primera línea de batalla, las acciones solidarias de los vecinos. Empecé a escuchar las voces de los expertos en programas como “Volver para ser otros”, noticiarios e informativos especiales, y recuperé la esperanza y la inspiración.

En periodismo se sabe que las noticias cuanto más cercanas, más nos afectan. Es lo que en psicología social se conoce como la teoría de la identidad social (John Turner). Sentimos más empatía cuanto más nos identificamos con las personas a las que les ocurre un suceso, ya sea por similitud de raza, nacionalidad, religión, ideología… Pero esta pandemia es mundial, nos está ocurriendo a todos, y puede que sea la punta de lanza que hace falta para remover conciencias en otro orden, y hacer surgir una nueva teoría de identidad social donde el solo hecho de ser humanos sea la única similitud necesaria para sentirnos solidarios unos con otros. Globalización de conciencias, una utopía que habría que empezar a poner en marcha.

Porque a mí personalmente me afecta lo que ocurre en el mundo, no solo en mi país, y me entran escalofríos al pensar cómo se estará viviendo esta situación en las partes del globo más pobres o desfavorecidas. Donde no hay recursos ni medios para atajar el problema. De hecho ya estamos viendo atisbos en las noticias internacionales, y supongo que lo más alarmante está aún por llegar. Y nos sentimos aliviados por no estar en esos lugares, sino donde estamos, un país que tiene el mismo problema, pero que puede hacer frente a la situación. Y a la vez sentimos angustia por el futuro, por el qué sucederá, por cómo acabará, o más bien continuará esto. Y qué pasará con los que lo están pasando peor, cómo los contendremos, cómo haremos para mirar hacia otro lado cuando nos pidan ayuda y no los ayudemos. A estas alturas, ya sabemos que lo que está ocurriendo no es algo que tenga un comienzo y un fin, donde se pueda volver a la normalidad anterior cuando pase. Se trata de algo que tiene un comienzo, y que tendrá un fin, pero que no nos va a devolver a la situación anterior. Es un acontecimiento histórico de envergadura, y como tal, puede cambiar el curso de la historia. De nosotros depende de si para mejor o para peor.

Yo solo espero que tanta pérdida humana y sufrimiento tenga al menos un sentido, y que las consecuencias de esta crisis redunden para el bien y el mejoramiento de la vida de todos. Crear un nuevo sistema que aúne lo bueno conocido y lo bueno por conocer, que no dudo que es lo que muchos están haciendo o intentando hacer en estos momentos. Personalmente, pienso que sí, que es justo ahora el momento de innovar, de ser creativos, de reinventar modelos, de probar otras fórmulas, y de tener en cuenta las ya existentes y que vemos que funcionan en otros lugares. Es el momento de apostar fuerte en investigación, en formación, en especialización y reciclaje de conocimientos. 

Es cierto que la situación actual entraña una gran magnitud, que aún es pronto para valorar, que la economía ha entrado en terreno pantanoso, que muchas de las consecuencias están por ver, que todo el mundo lo lamenta y que a todos nos afecta. Pero nos tiene que servir para avanzar. No podemos dejar pasar esta oportunidad, debemos aprovecharla y mejorar los modelos de funcionamiento en los diferentes ámbitos, social, económico y político. 

No soy politóloga ni economista, ni pretendo serlo. Lo mío es la escritura, la literatura y la educación, que es para lo que he estudiado y lo que me hace feliz. Pero soy una ciudadana del mundo que ha tenido la suerte de nacer en un lugar del planeta privilegiado, y necesito expresar lo que siento. Y siento que es hora de apostar con urgencia por una evolución que nos haga avanzar una casilla a todos, no solo en los indicadores del PIB; sino también en los del FIB (felicidad interna bruta). Es hora de creer en lo interdisciplinar como una forma de enriquecimiento de conjunto. De arrimar el hombro porque todos tenemos algo que aportar. Contar con los mejores en lo suyo, tender al colaboracionismo y compartir conocimientos. Crear redes de comunicación entre los distintos sectores (la tecnología hoy nos lo permite), para contar con todas las voces especialistas en la adopción de las medidas que nos afectan a todos. Ayudarnos entre nosotros y ayudar a los demás. En definitiva, crear un mundo más justo, evolucionar.

No digo que lo que hay no funcione. Muchas cosas funcionan porque hay mucha gente competente que lo hace bien. Pero hace falta más, más gente competente haciéndolo bien. Y están, tal vez solo haya que incluirlas en los distintos sectores de la sociedad, recurrir a ellos porque se necesitan. No solo en el ámbito público y en la política, sino también en el ámbito privado y empresarial, que son los que marcan las directrices económicas. 

Cierto que para que el engranaje social marche con éxito, los gobiernos tienen que funcionar. Si la política es buena y acertada, se avanza y se crece, se genera justicia y no solo riqueza. Por eso creo que habría que ir todos a una. Crear redes, trabajar conjuntamente entre las partes. Tender puentes a las voces experimentadas en política internacional, sanidad, economía, medioambiente. Incluir especialistas en humanidades, en campos como la ética, la educación, la psicología o la filosofía, por nombrar algunas. Y apoyar más a los artistas, creadores y creativos, que son los que nos salvan el espíritu de la modorra y el adormilamiento. 

Y, por supuesto, sumar a todo ello a nuestros jóvenes porque están sobradamente preparados y es realmente triste ver cómo pierden la motivación, o cómo tienen que marcharse lejos para ser reconocidos. Creo que la juventud es una apuesta segura porque son ellos los más interesados en hacer que el mundo siga girando; por algo son jóvenes,  son los que van a vivir más, y los que formarán las familias del futuro. Me parece fundamental escuchar sus voces, y las voces de las profesiones que se impondrán cada vez con más fuerza. Biólogos, informáticos, analistas en contaminación ambiental, especialistas en energías renovables y alternativas, ingenieros ambientales y tantas otras. Y no hablo de partidismo ecologista. Lo verde se impone como una cuestión primordial para la supervivencia, independientemente de colores políticos.

Contamos con gente de sobra para reconstruir el sistema, los que ya estaban y los que están listos para entrar en acción. Personas excelentemente preparadas en diferentes ámbitos, con visión de futuro, que saben (y si no lo saben lo descubrirán por el camino) cómo salvar las piezas válidas de este rompecabezas y cómo crear las que nos hacen falta para armar un nuevo puzle que sea más equitativo y beneficioso para todos. Por favor, invitemos a toda esa gente a participar, hagámosle un hueco, démosle entrada.