lunes, 21 de enero de 2013

Salamanquesa Amiga



  Fue una gran conquista. Hacerse amiga del miedo, por pequeño que éste sea, siempre es una gran conquista. Mi amiga Iris me ayudó. Yo no quería dormir en una habitación donde había una salamanquesa. ¿Y si en mitad de la noche me despertaba sobresaltada porque había caído sobre mi cara desde el techo? O lo que era peor, ¿y si la aplastaba al moverme y amanecía junto a un cuerpo yacente y espachurrado? Yo quería cazarla sin dañarla, sacarla de la habitación. 

Fue Iris la que me hizo entrar en razón. “Piensa que tú solo estás de paso, pero que ella vive ahí todo el año. Tú eres su invitada, y no va a hacerte nada”. El miedo se escabulló de mi cuerpo y se escapó por el ventanuco. Entonces me metí entre las sábanas, bajo el peso de las mantas. Me quedé mirando a la anfitriona de aquella habitación que, inmóvil junto al calor del radiador, también me miraba. Con solo estirar la mano hubiese podido tocarla. Pero no lo hice, me limité a sonreír. Me sentí bien recibida, le dije buenas noches y le di las gracias. Luego apagué la luz y cerré los ojos confiada. 

Así fue como una salamanquesa se convirtió en amiga  y veló por mis sueños aquella noche, en una habitación que es una buhardillada en lo alto de una montaña.

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