Cuando se declaró el estado de alarma,
entendí que si se había declarado una situación así era porque la cosa revestía
gravedad y lo requería. A medida que transcurrían los días y asimilaba la
noticia, me iba haciendo consciente de la cantidad de hogares donde se estaban
librando batallas, y no precisamente de solidaridad. Lo sentí muchísimo y sigo
sintiendo por todos aquellos que están padeciendo esta crisis sanitaria en
cualquiera de sus formas, ya sea por la pérdida de un ser querido, por falta de
salud, por escasez de recursos, por soledad o por tener que convivir con
personas que no se aman entre sí. Confío en que los que estén atravesando
cualquier situación dolorosa encuentren pronto una salida por la que volver a
nacer. También me afectó profundamente desde las primeras noticias las
dificultades a las que se enfrentaban los hospitales y centros sanitarios, así
como la doble crisis que está azotando a nuestros mayores y a todo el personal
que los atiende en los centros geriátricos.
Y mientras todo esto sucedía y yo seguía
con atención las noticias nacionales, la pandemia continuaba avanzando hasta
copar el resto del mundo. El estado de alarma se amplió en nuestro país, el
desastre económico eclosionó, Europa entró en crisis y a día de hoy, seguimos confinados.
Por suerte, mientras medio mundo se desmoronaba, llegaron los aplausos, la
valentía de tanta gente en primera línea de batalla, las acciones solidarias de
los vecinos. Empecé a escuchar las voces de los expertos en programas como
“Volver para ser otros”, noticiarios e informativos especiales, y recuperé la
esperanza y la inspiración.
En periodismo se sabe que las noticias
cuanto más cercanas, más nos afectan. Es lo que en psicología social se conoce
como la teoría de la identidad social (John Turner). Sentimos más empatía
cuanto más nos identificamos con las personas a las que les ocurre un suceso,
ya sea por similitud de raza, nacionalidad, religión, ideología… Pero esta
pandemia es mundial, nos está ocurriendo a todos, y puede que sea la punta de
lanza que hace falta para remover conciencias en otro orden, y hacer surgir una
nueva teoría de identidad social donde el solo hecho de ser humanos sea la
única similitud necesaria para sentirnos solidarios unos con otros.
Globalización de conciencias, una utopía que habría que empezar a poner en
marcha.
Porque a mí personalmente me afecta lo que
ocurre en el mundo, no solo en mi país, y me entran escalofríos al pensar cómo
se estará viviendo esta situación en las partes del globo más pobres o desfavorecidas.
Donde no hay recursos ni medios para atajar el problema. De hecho ya estamos
viendo atisbos en las noticias internacionales, y supongo que lo más alarmante
está aún por llegar. Y nos sentimos aliviados por no estar en esos lugares,
sino donde estamos, un país que tiene el mismo problema, pero que puede hacer
frente a la situación. Y a la vez sentimos angustia por el futuro, por el qué
sucederá, por cómo acabará, o más bien continuará esto. Y qué pasará con los
que lo están pasando peor, cómo los contendremos, cómo haremos para mirar hacia
otro lado cuando nos pidan ayuda y no los ayudemos. A estas alturas, ya sabemos
que lo que está ocurriendo no es algo que tenga un comienzo y un fin, donde se
pueda volver a la normalidad anterior cuando pase. Se trata de algo que tiene
un comienzo, y que tendrá un fin, pero que no nos va a devolver a la situación
anterior. Es un acontecimiento histórico de envergadura, y como tal, puede
cambiar el curso de la historia. De nosotros depende de si para mejor o para peor.
Yo solo espero que tanta pérdida humana y sufrimiento tenga al menos un sentido, y que las consecuencias de esta crisis
redunden para el bien y el mejoramiento de la vida de todos. Crear un nuevo
sistema que aúne lo bueno conocido y lo bueno por conocer, que no dudo que es
lo que muchos están haciendo o intentando hacer en estos momentos. Personalmente, pienso que sí, que es justo ahora el momento de innovar, de ser creativos, de reinventar modelos, de probar otras fórmulas, y de tener en cuenta las ya existentes y que vemos que funcionan en otros lugares. Es el momento de apostar fuerte en investigación, en formación, en especialización y reciclaje de conocimientos.
Es cierto que la situación actual entraña una gran magnitud, que aún es pronto para valorar, que la economía ha entrado en terreno pantanoso, que muchas de las consecuencias están por ver, que todo el mundo lo lamenta y que a todos nos afecta. Pero nos tiene que servir para avanzar. No podemos dejar pasar esta oportunidad, debemos aprovecharla y mejorar los modelos de funcionamiento en los diferentes ámbitos, social, económico y político.
No soy politóloga ni economista, ni pretendo serlo. Lo mío es la escritura, la literatura y la educación, que es
para lo que he estudiado y lo que me hace feliz. Pero soy una ciudadana del
mundo que ha tenido la suerte de nacer en un lugar del planeta privilegiado, y
necesito expresar lo que siento. Y siento que es hora de apostar con urgencia
por una evolución que nos haga avanzar una casilla a todos, no solo en los
indicadores del PIB; sino también en los del FIB (felicidad interna bruta). Es
hora de creer en lo interdisciplinar como una forma de enriquecimiento de
conjunto. De arrimar el hombro porque todos tenemos algo que aportar. Contar con los mejores en lo suyo, tender al colaboracionismo y compartir conocimientos. Crear redes de comunicación
entre los distintos sectores (la tecnología hoy nos lo permite), para contar
con todas las voces especialistas en la adopción de las medidas que nos afectan
a todos. Ayudarnos entre nosotros y ayudar a los demás. En definitiva, crear un
mundo más justo, evolucionar.
No digo que lo que hay no funcione. Muchas
cosas funcionan porque hay mucha gente competente que lo hace bien. Pero hace
falta más, más gente competente haciéndolo bien. Y están, tal vez solo haya que
incluirlas en los distintos sectores de la sociedad, recurrir a ellos porque se necesitan. No solo en el ámbito público y en la política, sino también en el ámbito privado y empresarial, que son los que marcan las directrices económicas.
Cierto que para que el engranaje social
marche con éxito, los gobiernos tienen que funcionar. Si la política es buena y acertada, se avanza y se crece, se genera justicia y no solo riqueza. Por eso creo que habría que ir
todos a una. Crear redes, trabajar conjuntamente entre las partes. Tender
puentes a las voces experimentadas en política internacional, sanidad,
economía, medioambiente. Incluir especialistas en
humanidades, en campos como la ética, la educación, la psicología o la
filosofía, por nombrar algunas. Y apoyar más a los artistas, creadores y
creativos, que son los que nos salvan el espíritu de la modorra y el
adormilamiento.
Y, por supuesto, sumar a todo ello a nuestros jóvenes porque
están sobradamente preparados y es realmente triste ver cómo pierden la
motivación, o cómo tienen que marcharse lejos para ser reconocidos. Creo que la
juventud es una apuesta segura porque son ellos los más interesados en hacer
que el mundo siga girando; por algo son jóvenes, son los que van a vivir más, y
los que formarán las familias del futuro. Me parece fundamental escuchar sus
voces, y las voces de las profesiones que se impondrán cada vez con más
fuerza. Biólogos, informáticos, analistas en contaminación ambiental, especialistas en
energías renovables y alternativas, ingenieros ambientales y tantas otras. Y no
hablo de partidismo ecologista. Lo verde se impone como una cuestión primordial
para la supervivencia, independientemente de colores políticos.
Contamos con gente de sobra para reconstruir el sistema, los que ya estaban
y los que están listos para entrar en acción. Personas excelentemente
preparadas en diferentes ámbitos, con visión de futuro, que saben (y si no lo
saben lo descubrirán por el camino) cómo salvar las piezas válidas de este
rompecabezas y cómo crear las que nos hacen falta para armar un nuevo puzle que
sea más equitativo y beneficioso para todos. Por favor, invitemos a toda esa
gente a participar, hagámosle un hueco, démosle entrada.