Hubo
un tiempo en que me preguntaba de dónde vienen los cuentos. Y lugares hay
muchos; tanto los que vemos como los que no pueden verse. Pero os contaré,
hermanos, un reciente descubrimiento perteneciente a este tipo de
planteamiento.
No recuerdo si
soñaba o si fue que desperté cuando me encontré tumbada frente a ella. Primero
la besé, siempre me enseñaron que era bueno saludar a las damas. Luego la
acaricié y, entre susurros, ella me revolvió el pelo. En un pliegue de mi cuello, se posó en silencio. Fue entonces cuando escuché
las más bellas y acertadas canciones jamás nunca escritas. Los más bellos y
recónditos cuentos jamás nunca contados.
Ahora os presentaré
a esa Dama Blanca tan bien soñada. Todos podréis admirarla, pero jamás poseerla,
pues es ella quien posee. Igual que es ella la que suelta, la que acaricia o
desgarra, la que baila, la que mata y también la que sana.
Coge tu mano,
hermano, y dime si no la ves. Coge tu mano y contémplala. O mejor coge otra
mano, la que te pille más a mano y dime cuán diferente o igual pueden llegar a
ser. Llévatela a tus oídos… schsss, ¿no oyes ese sonido? ¿El rugir de
la marea, miles de alas al viento o el crujir de una flor cuando se abre? ¿No escuchas
las más hermosas melodías, las voces de los amantes, las más despiadadas
guerras, los hechizos y las magias que las manos siempre amasan?
Échale una mano
a tu hermano y coméntale, si te atreves, que todo está en su mano. Y tú,
recuerda cuando las veas que en ellas está escrita la mejor de las leyendas,
que en sus líneas se dibujan las historias que hoy te hacen, los corazones que
desgarraste y también a los que amaste. Recuerda cuando las mires que una vez acariciaste
con esas manos sutiles la piel de quien hoy olvidaste.
Vuélvelas a
mirar y entonces decide, ¿cuál es el nuevo cuento que tus dedos despiertos
esperan para contarte? Será fácil abrir las manos, extenderlas si hay camino. Y
si no, álzalas al viento, seguro que entre sus yemas se enredan, sin tú saberlo,
algún que otro lejano sueño.
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