martes, 28 de abril de 2020

De dónde vienen los cuentos (o disertación onírica en prosa poética)


Hubo un tiempo en que me preguntaba de dónde vienen los cuentos. Y lugares hay muchos; tanto los que vemos como los que no pueden verse. Pero os contaré, hermanos, un reciente descubrimiento perteneciente a este tipo de planteamiento.

No recuerdo si soñaba o si fue que desperté cuando me encontré tumbada frente a ella. Primero la besé, siempre me enseñaron que era bueno saludar a las damas. Luego la acaricié y, entre susurros, ella me revolvió el pelo. En un pliegue de mi cuello, se posó en silencio. Fue entonces cuando escuché las más bellas y acertadas canciones jamás nunca escritas. Los más bellos y recónditos cuentos jamás nunca contados.

Ahora os presentaré a esa Dama Blanca tan bien soñada. Todos podréis admirarla, pero jamás poseerla, pues es ella quien posee. Igual que es ella la que suelta, la que acaricia o desgarra, la que baila, la que mata y también la que sana.

Coge tu mano, hermano, y dime si no la ves. Coge tu mano y contémplala. O mejor coge otra mano, la que te pille más a mano y dime cuán diferente o igual pueden llegar a ser. Llévatela a tus oídos… schsss, ¿no oyes ese sonido? ¿El rugir de la marea, miles de alas al viento o el crujir de una flor cuando se abre? ¿No escuchas las más hermosas melodías, las voces de los amantes, las más despiadadas guerras, los hechizos y las magias que las manos siempre amasan?



Échale una mano a tu hermano y coméntale, si te atreves, que todo está en su mano. Y tú, recuerda cuando las veas que en ellas está escrita la mejor de las leyendas, que en sus líneas se dibujan las historias que hoy te hacen, los corazones que desgarraste y también a los que amaste. Recuerda cuando las mires que una vez acariciaste con esas manos sutiles la piel de quien hoy olvidaste.

Vuélvelas a mirar y entonces decide, ¿cuál es el nuevo cuento que tus dedos despiertos esperan para contarte? Será fácil abrir las manos, extenderlas si hay camino. Y si no, álzalas al viento, seguro que entre sus yemas se enredan, sin tú saberlo, algún que otro lejano sueño.



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