En esta entrada me gustaría centrarme en un solo aspecto de
la realidad que estamos viviendo. Porque lo cierto es que hay una parte en mí
que se siente poderosamente atraída por la otra cara de la moneda, la que se
está beneficiando de este estado de alarma; me refiero al medioambiente y al
planeta. Con este parón que nos ha sido dado a la humanidad al completo surgen
emociones nuevas ante una situación del todo novedosa. Y me sorprendo, en mitad
de esta catástrofe, sintiendo empatía por nuestro planeta azul y cierto sosiego
ante la tregua que se le está concediendo para regenerarse. Me gusta escuchar
el silencio, la voz de los pájaros al abrir la ventana, saber que el entorno
está parado, que el exterior está quieto y en paz.
Hay una parte en mí que se siente feliz en el confinamiento. Lo leo y sé que suena fuerte, pero es
la verdad. Me siento feliz de no tener agenda ni compromisos, de no tener que
estar pendiente del reloj, ni tener que tomar decisiones constantemente para rellenar
la semana. Feliz de consumir solo lo indispensable, de rebajar el impacto que
toda compra produce y de hacerme consciente de mi sobregasto anterior. Pero
sobre todo, me siento feliz al imaginar el exterior sin humanos. Sí, también sé
que puede sonar fuerte, como si considerara a mi propia raza como mi enemigo. Pero es
que en parte es así. No es un enemigo personal con nombres y apellidos, sino
anónimo y global. Un enemigo que somos todos en realidad. Me hace feliz
imaginar el alivio de los animales en estado salvaje sin la presencia del
hombre, el alivio de los ríos y los senderos sin la presencia del hombre, el
alivio de los bosques, de las montañas, de los lagos y los océanos. El alivio
de las ciudades y de algunos pueblos. El alivio de la atmósfera.
Como si al fin se reconociera la inocencia de un reo y se
le pusiera en libertad. Es la sensación que tengo con el planeta, mi casa,
y por favor, sin teléfono (estoy a dieta de móvil para optimizar el consumo de
mi tiempo). Como si por unos días la Tierra pudiera volver a ser libre, libre
de la explotación, el sometimiento y la tortura a la que la tenemos sometida. Sabemos
que hay sectores que continúan produciendo y trabajando para que sigamos subsistiendo,
el agrícola y el ganadero entre otros; no es una detención total. Pero a
mí al menos me está sirviendo para hacerme todavía más consciente de los
cambios que estos sectores necesitan para lograr una vida más digna; ya hablemos
del personal humano que los trabaja, de los sistemas de explotación de la tierra
o de los animales que nos sirven de alimento. Son sectores que piden un cambio
radical donde alcanzar mayores niveles de humanidad.
Desde mi ventana, miro al cielo y trato de seguir el vuelo
de esa bandada de cormoranes que acaban de cruzar en forma de punta de flecha
en dirección al este. Sobrevolar la tierra y sus paisajes libre de
contaminación y ruido. Y me parece una maravilla, como habitar un paraíso. Y es
entonces cuando vuelvo a no entender por qué no somos capaces de cuidar de este
paraíso y mantenerlo lo más fiel posible a su estado original. Por qué no somos
capaces de vivir en la tierra sin agredirla, de integrarnos en ella en vez de
invadirla. No lo entiendo. Porque estoy cansada de la respuesta de
siempre, que si el poder, el capitalismo, la avaricia y la ambición. Sí,
ya sé que es por eso, pero ya no me resultan válidas esas respuestas, me suenan
arcaicas, obsoletas para casi un cuarto de siglo XXI.
Y es por esto que estos días siento descanso. Descanso por
el planeta, porque por unos días se ha liberado de su verdugo llamado
humanidad. Todo esto puede parecer falto de solidaridad con mi propia especie;
pero es lo que siento. ¿Será que amo más al planeta que al hombre que la habita?
Puede ser. Hay una parte en mí que ve al planeta como una víctima inocente, y
al hombre, como el tirano que la oprime. Y todos entramos en esa tiranía, en
mayor o menor medida, de forma más o menos consciente; porque es el sistema que
hemos creado y formamos parte de él. De ahí la necesidad de cambiarlo. Empezar
por uno para que se opere el cambio, aportar el granito de arena y seguir
confiando. Es interesante observarse a partir de lo que estamos viviendo, y ver
lo que cada uno puede cambiar para hacer que esto mejore. Pero ya sabemos que
la unión hace la fuerza. Y la colectividad la mueven las leyes, los programas,
las iniciativas privadas, la de los ciudadanos y los gobiernos. Ya sabemos que
si queremos salvar al planeta, detener su enfermedad, la que le hemos creado
con nuestras malas artes y actividades, hay que operar a la inversa; de forma
colectiva y global, y actuando de forma inteligente y con amor. Darle medicina
rica, velar por ella.
En definitiva, proteger al planeta es proteger a la
humanidad. Aquí se resuelve la dicotomía que yo misma me había creado al oponer
planeta tierra-especie humana. Trascender la dualidad es siempre una
teoría difícil de aplicar. Si la salvamos, nos salvamos. Si nos salvamos, la
salvamos. La interdependencia que todo lo une. We are the world, we are the planet podría decir otra canción.
Porque ya lo estamos viendo. La Tierra puede vivir sin nosotros. Somos nosotros
los que no podemos vivir sin la Tierra.
¿Y si al final resulta que la humanidad tiene un
problema de autoestima? No se quiere, no se cuida, se autodestruye, se extermina. ¿O
será simple estupidez? El hombre, que siempre se ha creído superior en la
escala evolutiva, el más inteligente y acaba destruido por su propia estupidez.
No sé si reír o llorar. En cualquier caso, sería un triste final teniendo a
mano la otra opción, la de salvarse. No somos tan inteligentes como creemos. Y
si lo somos, no lo estamos demostrando. Porque, ¿de qué sirve ser inteligente
si no utilizamos la inteligencia a nuestro favor? Claro, que sabemos que la
inteligencia también se pone al servicio de la destrucción, nos sobran
capítulos en la historia pasada y actual que dan buena cuenta de ello. Pero
para mí eso no es inteligencia, es su opuesto, ignorancia en estado puro. Dejando
aparte ironías, yo sigo creyendo, no ya en la inteligencia del hombre, sino en
su bondad y en la inteligencia de la vida misma, que es la que nos empuja a
querer seguir viviendo y ser felices. Tenemos todo lo necesario para hacerlo
bien, empecemos a hacerlo de una vez.
El coronavirus de la Tierra se llama deshumanidad. Y para
salvar al planeta hay que encontrar una vacuna, la que nos vuelva más humanos.
Con todo lo bueno que tiene el serlo, que es mucho. Y que ahora más que nunca lo
estamos comprobando, en forma de aplausos, con todo lo que representan, cada
tarde en los balcones. Ojalá se pudiera condensar el sentir de los aplausos,
los esfuerzos y el valor de las personas a las que se les rinden, y extraer el
antídoto, y sacar la vacuna para actuar con inteligencia de la verdadera y
tratar con amor a la Tierra, y a todos los seres que la habitan. Ojalá
ocurriera, y fuera el momento ¿Os imagináis que fuera, y que todo cambiara para
más bello y mejor?
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